sábado, 9 de julio de 2011

Hasta Siempre Facundo

Pasarán los años y cada 9 de julio le dedicarán conciertos-homenajes, reconocimientos póstumos y las personas seguirán lamentando su trágica partida. Facundo Cabral hubiera preferido despedirse del mundo cantando, pero la muerte quiso darle alcance después de terminar un recitar en Guatemala, cuando se disponía viajar a Nicaragua para continuar la gira.

El trovador mensajero de la paz sabía que en cualquier momento moriría y estaba preparado para ese encuentro con la 'amada pálida', pero quizás no imaginó terminar acribillado por error. Las balas de los sicarios no tenían su nombre sino la de Henri Fariñas, el empresario que lo contrató. Un error involuntario que lamentamos muchos latinoamericanos y que no llegamos a comprender por completo, como tampoco entendemos esa frase que alguna vez dijo pensando, precisamente, en la muerte:

"Cuando vengas a buscarme llorarán los que no entiendan pero será la gran fiesta para aquellos que comprendan".

Hoy de temprano me despertó un número desconocido en el celular. Una voz que, hasta ahora no logro identificar, me madrugó con ese baldazo de agua fría: "Hay una mala noticia  ̶ me dijo sin contemplaciones ̶ .... ha muerto Facundo Cabral". Por un momento dudé en creerle pero no había muchos motivos para no hacerlo. Ningún desconocido gasta su saldo casi de madrugada en un fulanito para informar la muerte de un artista tan querido y renombrado como Cabral. Agradecí el dato y le pregunté si lo conocía de alguna parte. Soltó media risa pero no quiso decirme su nombre. Luego de colgar, corroboré la información en twitter y en algunos portales web. Habían creado el hashtag #FacundoCabral (que por varias horas había sido Trending Topic en la tuitósfera) y que resultaba difícil seguir por cantidad de actualizaciones por segundo que recibía. Sentí que me invadía una profunda nostalgia, como si en realidad lo hubiera conocido en persona, como si haber crecido con su música fuese motivo más que suficiente y justificado para sentirme amigo suyo y tenerle un cariño semejante al que le tiene un pupilo a su sensei.

No puede evitar desempolvar la guitarra para tocar algunos temas suyos como "Ella", "He pensado mucho en ti" y "Cuando vengas a buscarme". Al buscar los acordes en mi carpeta de 'trovadores' encontré esta entrevista (que a continuación adjuntaré) que le hizo el periodista mexicano Jorge Ramos Ávalos, allá por el año 2009 y en donde redescubre a un ser humano digno, generoso y muy agradecido de Dios, a pesar de los grandes dolores que te trajo su paso por la tierra.



Facundo Cabral por Facundo Cabral
El poeta que no es ni de aquí ni de allá


Me dicen que el cantante Facundo Cabral está a punto de retirarse. Y puede ser que se retire de la música, pero no de mi memoria.
Ahí llegó hace mucho. Hay personajes con los que uno crece y que, sin embargo, nunca llega a conocer del todo. Mi adolescencia en la ciudad de México tuvo como cinta sonora la música de Facundo Cabral.

Y él, desde luego, nunca lo supo… hasta que se lo conté antes de entrevistarlo recientemente en Miami.Recordaba, en particular, su canción “No soy de aquí ni soy de allá”. Y mi primera pregunta fue: “¿De dónde eres?”.

“De ningún lado. Nunca fui de ningún lado”, me contestó este cantautor argentino nacido en 1937. Y luego, como en todo lo Cabral, había una historia detrás de la respuesta.
 “Mi padre se fue antes que yo naciera y se quedó sola mi madre con siete hijos”, me contó. Se quedan sin dinero y los echan de la casa donde vivían. Viajan, como pueden, desde La Plata hasta Tierra del Fuego.

En ese terrible viaje murieron cuatro hermanos. Llegan, por fin, cuando Facundo tiene 9 años y un deseo. “Yo tenía un solo sueño; ver feliz a mi madre. Ella, no yo. Yo siempre sentí que no pertenecía a ninguna parte, una cosa muy curiosa”.

Poco después, Facundo, todavía un niño, se va a Buenos Aires a buscar a Eva Perón. Se tarda cuatro meses en la travesía pero, sorprendentemente, la encuentra. Se acerca a su auto y lo único que se atreve a preguntarle a la esposa del presidente de la nación es: “¿Hay trabajo? Y ella dice: 'Por fin alguien que pide trabajo y no limosna'”.

Facundo consigue un empleo al sur de la provincia de Buenos Aires y luego
estuvo “muy perdido hasta los 14”. A esa edad, me cuenta, un jesuita le enseña a leer. Y pronto ya estaba aventurándose con Heráclito y Stevenson. Empieza a escribir y a tocar guitarra. Un buen día lo escucha el actor Luis Sandrini, lo apoya y le da oficio.

Y con guitarra en mano, Facundo Cabral empieza un larguísimo viaje que ya lo ha llevado a 165 países y tras el cual todavía no ha encontrado su hogar. No tiene casa ni dirección. Sus libros se amontonan en un hotel de Buenos Aires.

-“¿De qué estás huyendo?”, le pregunté. “¿Por qué viajar tanto? ¿Por qué no quedarse en un lugar?”
-“Eso dijo mi madre”, respondió. “Y sí, es una fuga es maravillosa. Es como si me fugara a Las Vegas o, si fuera niño, me fugara a Orlando. Yo siempre sospeché que el mundo era maravilloso por diverso. A mí no me gustan las cosas siempre iguales”.

Todavía recuerda la primera vez que viajó a Estados Unidos. “Esta es la casa de Satanás”, pensó, “porque siempre pensamos eso los sudamericanos: si me engripo, la
culpa es de los gringos”.


Pero viaje tras viaje, fue cambiando su visión. Hoy es radicalmente opuesta. “Estados Unidos, te guste o no te guste, es una torre de Babel, es la capital del mundo”.

-“¿Eres un hombre de izquierda?”
- “No para nada, ni de derecha. Yo no creo en las ideologías. Las ideologías son una maldición”.
Le recordé que él tuvo una postura muy firme en contra de las dictaduras militares en Argentina. De hecho, no pudo regresar a Argentina hasta 1984. “Ellos estaban contra mí”. No al revés, me asegura.

- “Hablas mucho de Jesús”, le comenté,  “y otra persona que también habla mucho de Jesús es (el presidente de Venezuela) Hugo Chávez”.
- “Entonces hay dos Jesús en esta vida; a lo mejor hay dos”, me dijo. “El de él no tiene mucho que ver con el mío. ¿Cómo puede ser que un solo hombre decida un país? Ni siquiera por elecciones. Mi madre diría que hay gente que para ir escapando del aburrimiento de su familia y de su vida llegan a la presidencia de su país. Me parece una frase perfecta en este caso”.

-“¿Por qué no has ido a Cuba?” cuestioné.

- “¿A qué voy a ir (a Cuba)?”, responde. “¿A qué? Duraría cinco minutos en Cuba. No, yo soy casi anarquista; el gobierno de uno mismo. Jamás tuve una familia. De hecho me echaron de todos los países socialistas. Fui a Rusia, me echaron. Fui a la China de Mae Tse Tung y con mucha gracia me echaron”.

-“Acabas de decir que no tienes familia pero tuviste una familia”.

-“Tuve una mujer y una hija que la conocí acá (en Estados Unidos)”, recordó. “Fíjate cuántas sorpresas tenía dios para mí en Estados Unidos. La mujer que más amé, era de Chicago. Tenía 18 años cuando la conocí; yo tenía 40. Supe que era mi mujer, supo que era su hombre. Fuimos juntos 5 años por el mundo hasta China. Nos echaron juntos alguna vez de China. Y cuando ella tenía 23 y nuestra niña un año mueren en un accidente de aviación”.

-“¿Cómo vives con eso?”, le pregunté. “Yo perdí a mi padre hace 13 años y todavía lo sigo arrastrando”.
-“Yo tengo otras noticias”, me contestó detrás de sus lentes oscuros, buscando mis ojos. “Yo quedé agradecido a dios por haber conocido el amor de mi mujer y el amor de mi hija. Lo que uno ama nunca muere. Mi mujer y mi hija están conmigo. Tu padre está contigo”.

Y luego de la muerte hablamos del amor. Le pregunté si estaba enamorado. Y me sorprende, otra vez. “Yo no me enamoro una sola vez”, me dijo, riendo. “Me enamoro a cada rato. El amor tiene que tener horario. Todo el día es un hastío. Y terminan odiándose y por eso los divorcios. Tendría que haber un horario. Te amo de 8 a 10. Y luego me voy porque tengo que amar a María. Y ahora me voy al teatro porque tengo que amar al teatro”.

Y terminamos la conversación, como si estuviera escuchando una de sus canciones que me acompañaron de joven. “Voy a decir una cosa”, concluyó.

“Se supone que la meta es la felicidad. Pero no. Hay un paso más. Yo tomo una actitud: me exigí ser feliz. Y nunca pensé que iba a contagiar la felicidad y que iba a ser feliz a tanta gente en el mundo. Ahí, la verdad, se me fue la mano. Ahora estoy en paz. Es un estadio más alto que la felicidad”.


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