Todos los días suceden pequeños milagros entre sábanas. Ya sean planificadas o intempestivas, en el acogedor lecho matrimonial o en lugares menos comunes. Es el llamado de la naturaleza y el deseo de los padres por prolongar su felicidad con una descendencia que –actualmente se calcula- por cada segundo nacen 5 bebés en todo el mundo. Un hijo puede significar muchas cosas maravillosas y cuando llega se les suele atribuir expresiones como “regalito de Dios” o “milagro de la naturaleza”; sin embargo, existe un 10% de parejas a quienes se les ha negado esta posibilidad. El panorama se complica si la pareja pertenece a una cultura tradicionalista que considera la infertilidad como maldición de dios. Nadie está libre de pasar por este drama, por ello no fueron pocos los esfuerzos para revertir el problema, pero ninguna contribución fue tan significativa y trascendental como los descubrimientos científicos que realizó el doctor Robert Edwards.
NOBEL:
El 10 de octubre del año pasado, ocurrió un suceso que llenó de orgullo a todo el Perú. Aún era madrugada cuando la hija de Mario Vargas Llosa responde el teléfono. Era el comité sueco que quería comunicarse con el escritor y anunciarle que le habían elegido premio Nobel de literatura. Por supuesto, Mario no se lo creyó y tardó mucho tiempo para convencerse que no le estaban tomando el pelo. Algo así le ocurrió a Robert Edwards seis días antes, el 4 de octubre, cuando su médico le explicaba que había ganado el Nobel pero él no entendía por qué. Robert Edwards fue galardonado con el premio Nobel de Medicina 2010 por sus investigaciones sobre la Fecundación In Vitro (FIV), a los 84 años de edad y en muy estado de salud, propia de la vejez.
“Lo más importante en la vida es tener un hijo. Nada es más especial que un hijo”.
Al doctor Edwards se le conoce como el padre del primer bebé probeta y el pionero en la FIV. Gracias a él más de 4 millones de bebés, sin posibilidades de existir, han nacido en perfectas condiciones. En los países desarrollados el 5% de niños nacen mediante este procedimiento de reproducción asistida.
Edwards es de esa clase de científico que se entregan completamente a su trabajo. Su biografía no es abundante y no precisa aspectos personales. Por lo general, todo lo que se habla de él está ligado directamente a sus estudios y avances médicos en el ámbito de la fertilización.
Biografía:
Se sabe que nació de parto natural un 27 de setiembre del año 1925. Hijo de Samuel y Margaret Edwards, tuvo una infancia sin sobresaltos al norte de Inglaterra hasta que en 1944, y en medio de la segunda guerra mundial, siente el llamado de la patria y se enrolla en el ejército británico. Tras la victoria de los aliados, el joven Edwards ingresa a la University College of North Wales para estudiar biología, pero al poco tiempo le sucede lo que a muchos universitarios: se da cuenta que se había equivocado de carrera y que lo suyo era la zoología. No duda en trasladarse al Departamento de Zoología, y es así que en 1951 se recibe como licenciado. Ese mismo año ingresa a la Universidad de Edimburgo, en Escocia, recibiendo su doctorado en 1955, con una tesis sobre el desarrollo embrionario en los ratones.
La Fertilización In Vitro había sido investigada en no-mamíferos a mediados del siglo XIX. Un siglo después se demuestra que los óvulos madurados de conejos podían ser fertilizados con esta técnica y dar lugar a embriones. Pero es recién a inicios del siglo XX que los investigadores de medicina reproductiva empezaron a discutir cómo fecundar óvulos humanos, sin embargo la complejidad del proceso y la insuficiencia tecnológica hacían que no se produjeran avances significativos hasta que llegó Robert Edwards, quien pudo dar respuestas a las principales cuestiones científicas: ¿Cómo extraer el óvulo del cuerpo de una mujer?, ¿cómo maduran los óvulos humanos y qué hormonas regulan ese proceso?, ¿en qué fase el óvulo era susceptible de ser fertilizado por el esperma?, ¿cómo activar los espermatozoides para que fecunden el óvulo?
El primer empleo que consiguió el doctor Edwards fue en el Instituto Nacional de Investigación Científica de Londres. Luego trabajaría en las universidades de Cambridge, Universidad Johns Hopkins, Universidad de Carolina del Norte, la Universidad Libre de Bruselas, la Universidad y Hospital Clínico de Valencia, en España.
Hasta ese momento su vida transcurría con cierto sosiego, siempre buscando una salida al problema de la esterilidad, pero el destino le tenía preparado una sorpresa. En 1968 llegó a sus manos un inquietante artículo escrito por el ginecólogo Patrick Steptoe. Hablaba de una revolucionaria técnica médica, llamada laparoscopía, que permitía examinar los ovarios a través de una cámara óptica. En ese momento el Dr. Edwards experimentó algo parecido a una revelación divina. Una idea empezaba a crecer en su ser sin imaginar que con el tiempo se convertiría en su única razón de vivir. Como era de esperarse, Edwards siguió con gran interés esta nueva técnica y, en ese mismo año participó de una conferencia sobre laparoscopía, en la Royal Society de Medicina en Londres. El expositor era Steptoe, el mismo autor del artículo. Fue un momento memorable, se podría decir que hicieron click. Ambos ignoraban era que con ese primer encuentro se iniciaba una larga, sincera y entrañable amistad. Desde entonces fueron una dupla perfecta: Patrick Steptoe extraía los óvulos y Edwards los fertilizaba in vitro.
El futuro les sabía prometedor pero no sería tan fácil. Las autoridades de su país les retiraron la financiación aduciendo cuestiones éticas. Por fortuna pudieron seguir sus investigaciones gracias a donaciones privadas.
Pronto consiguieron grandes avances logrando fecundar por primera vez un óvulo humano dentro de una probeta en 1969. Aunque el óvulo sólo consiguió una división celular, ambos científicos lograron obtener cierto reconocimiento por parte de la comunidad científica internacional.
Un año después empiezan a transferir hacia los úteros, embriones fecundados artificialmente sin mucho éxito: centenares de intentos fallidos que terminaron en aborto, por lo que decidieron dejar de suministrar hormonas a las mujeres y preferir confiar en el ciclo menstrual de las colaboradoras. Fracaso tras fracaso hasta que llegó el golpe de suerte. El matrimonio Brown tocó la puerta de esta pareja de científicos. Lesley Brown tenía un daño irreversible en las trompas de Falopio y precisaba de un milagro médico para quedarse embarazada. Lo había intentado todo y aún así no podía quedar embarazada. Edwards y Steptoe hicieron cálculos, midieron los riesgos, aplicaron sus conocimientos y al cabo de 9 meses nació Louise Brown con 2,61 kilogramos y en perfecto estado de salud. El parto fue por cesárea, en el más absoluto secreto por el temor de la prensa. "Si hubiera nacido con paladar hendido o alguna otra cosa, la gente habría dicho que se debió a la técnica", dijo el doctor John Webster, uno de los médicos presentes en el parto.
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